LAS MANOS DE MI JESÚS
Ternura y adoración
por el niño iluminado
en aquella noche de esplendor.
Sus manos traían un regalo
que el mundo despreció.
Inocentes manitos
que nacieron crispadas
en humilde mesón.
Manos amadas
que bajaron del alto cielo
para dar bendición.
Que crearon mil colores,
universo de bellezas sin fin.
Y fueron destinadas
como alas de paloma
a consolar el sufrir.
Tiernas manos
que nacieron
para sanar heridas
con aceite de unción.
Que conocieron
el madero y el dolor.
Manos sublimes
que fueron clavadas
por hombres sin compasión
INGRID ZETTERBERG
Dedicado a mi amado
Señor Jesucristo
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